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Los mismos reyes rendían honores al santuario y aumentaban la gloria del templo con magníficos regalos. Aun Seleuco, rey de Asia, sostenía de sus propias rentas los gastos para la celebración de los sacrificios.

Pero un cierto Simón, del turno sacerdotal de Bilgá y administrador del templo, se disgustó con el sumo sacerdote Onías por causa de la administración del mercado de la ciudad.

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